Hablamos del 8M, el Día Internacional de la Mujer. El día en el que ya cada vez son menos personas (esperemos) que cuestionan su existencia. Existe porque la diferencia, la injusticia y la intolerancia resisten -como el plástico en el mar- en una sociedad que se ha extendido y multiplicado a la imagen y semejanza de quien la ha organizado: una mitad de ese planeta.
Como cada 8M, miles de mujeres salen a la calle para reivindicar que son mujeres, que no son menos, y que tampoco son más. Que son la mitad del planeta y que no hay ‘filtro’ en blanco y negro o del pasado capaz de hacerlas invisibles y de silenciar su voz.
Si nos fijamos, la lucha por la visibilidad de esta mitad del planeta, sus derechos, sus libertades, transcurre en paralelo a la de la normalización socio cultural de las circunstancias que rodean a la mujer. La menstruación es uno de ellos y sorprende ver cómo cuando la regla y lo que la rodea se libera de la estigmatización que ha sufrido desde hace siglos y deja de ser un tabú, lo hace con ella la mujer. No se entiende una lucha sin la otra.
La realidad es que miles de mujeres salen a la calle. La realidad es que la sociedad poco a poco entiende que feminismo no es el otro extremo del machismo: sino su reverso necesario. Su cura. Sin embargo la realidad golpea a diario con actos y cifras de desigualdad que nos mantienen en alerta y que indican que aún quedan muchos 8 de marzo que defender para que la libertad y los derechos verdaderamente no se midan por el género. En este día y todos los que se necesiten, nos encontrarán.